1.- Fundación de la Comunidad

           San Juan de la Cruz falleció en Úbeda el 14 de diciembre de 1591. Por entonces, sólo existía en la ciudad convento carmelita masculino. El suprior del mismo, Fray Fernando de la Madre de Dios, prior en 1595, quiso promover una fundación de la rama femenina de su Orden en la localidad. Para ello, animó a una pariente suya, doña Jerónima Enríquez, a constituirse en patrona de la nueva congregación, algo frecuente y necesario en las fundaciones de la época. El patrono era una persona con cierto poder adquisitivo, que brindaba auxilio económico y protección a la comunidad religiosa que se establecía, incluso facilitando inmuebles de su propiedad como residencia. De este modo, las seis religiosas, con Ana de la Encarnación a la cabeza, que inicialmente integraron esta primitiva comunidad carmelita, se establecieron el 9 de junio de 1595 en las casas de doña Jerónima en la calle de don Beltrán de la Cueva, próximas al convento masculino de San Miguel. Ana de la Encarnación era una noble de origen navarro, educada en la Corte. Había ingresado en Pastrana y conocido directamente a san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús. Vino a esta fundación desde Sevilla, marchando a Granada posteriormente.

 

2.- Historia de la Comunidad

           El fuerte carácter de la patrona y su injerencia en la vida religiosa de sus protegidas, obligó a éstas a tomar una decisión difícil y arriesgada para la época: prescindir de su protección y salir de su casa. Su nueva morada, situada en la calle Cotrina, a las afueras de la ciudad, les acarrearía numerosos problemas, desde sucesivas inundaciones hasta un pleito, sin olvidar la dudosa moralidad del vecindario.

             Por todo ello, no es extraño el celo de la priora María de la Cruz en buscar una residencia adecuada, que encontraría en la Calle Montiel. Este lugar, tranquilo, pero a la vez en el corazón de la ciudad, les permitía recuperar la cercanía de la fundación original al lecho postrero del santo y les aseguraba una piadosa compañía de iglesias (San Pablo, San Millán) y conventos (carmelitas de San Miguel, mercedarios, dominicos de San Andrés y dominicas de La Coronada, los tres últimos hoy desaparecidos). Se trasladaron a unas primeras casas en esta vía en 1608, a las que irían anexionando otras, así como unas calles y parte de la muralla, cedidas por el Concejo, y construyendo, poco a poco, el que sería su actual monasterio.

             Otro de los problemas acuciantes a los que la insigne priora hubo de dar solución fue el de la búsqueda de un patronazgo adecuado para su comunidad. Lo encontraría en Catalina Serrano, viuda de un caballero de la Orden de Alcántara y oidor de la Audiencia de Granada, y su hija Catalina Mª de Mendoza. La madre, de origen giennense, andaba buscando capilla adecuada para trasladar los restos de su esposo. María de la Cruz les ofreció iglesia y patronazgo, lo que, unido a la vocación religiosa de la joven, las convertiría, además de en patronas, en carmelitas descalzas bajo los nombres de Catalina de la Stma. Trinidad y Catalina Mª de Jesús. El ingreso de las dos Catalinas supuso una notable inyección económica para el nuevo monasterio que se estaba construyendo. Y la presencia de la “niña Catalina”, fallecida en plena juventud, merced a los rigores penitenciales que se practicaba con la efusión y vehemencia propias de su edad, vendría también a ocupar un lugar especial en el corazón de sus hermanas. Sobre todo en el de su biógrafa, María de la Cuz, granadina que había formado parte del grupo llegado a Úbeda con Ana de la Encarnación. A pesar de su escasa fortuna, había conseguido ser admitida gracias a san Juan de la Cruz, prior en el Convento de Los Mártires, de quien había tomado su nombre en religión.

            María de la Cruz, además de todas las acciones comentadas en beneficio del asentamiento y futuro de la comunidad, fue una insigne escritora mística. Salvo la biografía de Catalina Mª de Jesús, el resto de sus escritos conservados forman parte del patrimonio documental del monasterio.

             Otras dos religiosas importantes en el siglo XVII serían las Venerables Gabriela Gertrudis deSan José y Juana de San Jerónimo, cuyos cuerpos incorruptos se veneran en clausura. La primera, también escritora, tuvo especial fama por las gracias y milagros que recibió. Especialmente el milagro de los tres claveles ofrendado al Cristo de la Caída, que permitió la vuelta del trigo a la necesitada comunidad. O el llanto del Niño Jesús “el Mamoncillo”, al prescindirse de su talla infantil en la procesión conventual del Corpus Christi.

                 También destacan las religiosas  escritoras de los siglos XVII-XVIII,  Catalina Mª de san José, Catalina Antonia de santa Teresa y Mª Manuela de la Encarnación. Igualmente, destacaron otros relevantes benefactores del monasterio como María de Molina, ubetense y azafata de Mª Teresa de Austria, reina de Francia y esposa de Luis XIV; doña Josefa Manuel, con casa solariega cerca de las monjas, y los marqueses de Santa Cruz.

3.- Iglesia y monasterio

            El monasterio que ha llegado a nuestros días posee una sencilla iglesia, que sigue el modelo de iglesia conventual española consagrado desde principios del siglo XVII. Consta de planta de cruz latina, de nave única con arcos-capillas, cubierta con bóveda de medio cañón con lunetos y cúpula hemiesférica en el crucero. Abre a la plazuela, sencilla fachada con puerta de arco de medio punto jalonada por pilastras de orden toscano, que sostienen un entablamento. Éste soporta una hornacina con venera flanqueada de dobles pilastras lisas con frontón curvo y pináculos con bolas, de raigambre escurialense, uno a cada lado. La imagen de la Purísima Concepción en la hornacina suple a la destruida en la Guerra Civil. A ambos lados de la portada, sendos escudos del Carmelo Descalzo y, coronándola, la ventana del coro de los pies de la iglesia: rectangular, reenmarcada y con una vidriera de factura moderna inspirada en las Inmaculadas de Murillo. Remata el conjunto frontón triangular con óculo y cruz latina sobre la cúspide. Fue consagrada el 7 de octubre de 1673.

             En su interior aún se conserva el cuerpo central superior de su desaparecido retablo, obra de Diego de Alarcón y Mesa en el último cuarto del siglo XVII. También parte de las series de lienzos de escuela granadina dieciochesca con las vidas de san Juan de la Cruz y de santa Teresa de Jesús en los muros del Evangelio y la Epístola. Y los lienzos que decoran las bóvedas de la iglesia con santos y santas de la Orden, en un programa de exaltación de la misma, tanto en su antigüedad como en las dignidades eclesiásticas alcanzadas (San Alberto patriarca de Jerusalén, San Telesforo Papa, Santa Mª Magdalena de Pazzis, San Simón Stock, San Espiridión, Santa Eufrasia, San Dionisio Papa, San Juan patriarca de Jerusalén, San Andrés Corsino y San Gerardo). En los tímpanos del lado de la Epístola del crucero destacan dos lienzos, “El Incendio” y “La Tempestad”, alusivos a milagros de San Juan de la Cruz. El primero acaecido durante su estancia en el monasterio de La Peñuela (La Carolina) y el segundo en Úbeda, con posterioridad a la muerte del santo.

             El resto del monasterio ofrece al exterior tan sólo un macizo muro que testimonia su condición de castillo de Dios. Aparte del gran ventanal de la sacristía y la puerta que da acceso a locutorio, torno y puerta reglar, apenas un par de pequeños ventanucos lo horadan. En su interior, las diversas estancias se ordenan en torno a un claustro sencillo, reconstruido en 1687, de dos pisos, con arcos de medio punto sobre pilares, en los que basa y capitel son apenas un engrosamiento cuadrangular del fuste, y pisos cubiertos con labor de bovedilla o revoltones. En el patio destacan la fuente, una imagen de la Inmaculada, procedente del desaparecido colegio de Carmelitas de la Caridad de la ciudad, y un naranjo, de milagrosa fama, plantado, según la tradición, por la Venerable Gabriela. Posee también zona diferenciada para el noviciado, dos obradores de repostería y la antigua huerta o jardín.

4.- Comunidad y monasterio en la actualidad

            Actualmente, el Monasterio de la Purísima Concepción de Úbeda cuenta con diez religiosas, seis de ellas jóvenes. Todas, salvo una novicia, son profesas solemnes. A pesar de no ser tan numerosa como en otros tiempos, la comunidad mantiene el espíritu del Carmelo, compaginando la vida común, religiosa y espiritual, con el cuidado del convento, la elaboración de dulces artesanos y el cuidado de tres hermanas ancianas y enfermas.

             Para quien pretenda acercarse a la vida y espiritualidad de esta congregación, en el antiguo locutorio, puede visitarse una exposición permanente con parte del patrimonio conventual conservado. El visitante puede admirar su colección de orfebrería, con la Custodia donada por doña Josefa Manuel, así como de tallas de Niños Jesús, entre ellos “el de la Fundación o Mayoral” y “el Mamoncillo”, lienzos como los retratos de las Venerables Juana y Gabriela y otros elementos de ajuar litúrgico como el terno funerario de Felipe III, de la época de las Catalinas.

5.- Trabajo monástico

      A lo largo del siglo XX, las monjas han ejercido distintos trabajos y oficios, a tenor de los tiempos: fabricación de caramelos, cría y venta de huevos y animales, zurcidos y bordados… Hoy día tienen un obrador de repostería consolidado con una destacada carta de dulces; entre ellos: roscos de huevo o de anís, perrunas, pastas de coñac, empanadillas de cabello de ángel, magdalenas de coco, teresitas, petit-suisses, bizcochadas, bizcochos, hojaldres, tortas de manteca, azúcar o chocolate y brazo de gitano; a los que se suman, polvorones, mazapanes y pasteles de Gloria por Navidad y tortas de aceite, borrachuelos y hornazos en Semana Santa.